DIA 572. ÉRASE UNA VEZ UN SEAT 127...

En esta época estival, mi casa ya empezaba a oler a tortilla de patatas. A esa tortilla de patatas de las de verdad, de las que sólo las madres saben hacer, de las gordas, de las esponjosas, de las que tienen gusto a vacaciones.
En casa éramos 5, y sin GPS, ni pantallas en los asientos traseros, sin aire acondicionado, ni gasoil, ni malos humores, nos subíamos (a las 4 de la mañana) en un Seat 127 de color verde y nos metíamos en la autopista en busca de un letrero azul que ponía BENVIDO A OURENSE.
El viaje era incomodísimo, recuerdo a mi padre sin camiseta pidiéndole constantemente agua a mi madre, a mi madre mal sentada con la nevera rectangular color azul cielo a sus pies, y a nosotros 3 peleándonos por pillar una ventana y pronunciando 800 veces '¿falta mucho?' medio en serio medio en broma, porque teníamos tantas ganas de llegar, que el viaje se nos hacía eterno.
A la que los horrios empezaban a saludarnos, ya sabíamos que faltaba poco... entonces el coche empezaba a oler a empanada, a pulpo com deu mana, a campo, a frÍo por las noches, a leche en bolsa de plástico, a cajones de madera con cosas de la abuela, a pan... a ese pan recién hecho que un señor con camioneta te deja en la puerta de casa, al abuelo sentado viendo el tour mientras te mira de reojo, a helados en la Ibense, a noches con estrellas, a picaduras de avispas, a fruta recién cogida, a geranios, a vino con gaseosa, a acentillo gallego, a los postres de la tía Milucha, a las siestas obligadas, a fiestas de pueblo, a cabañas... a tus primos de los que no querías separarte jamás...
I de repente ya estábamos allí, y parecía que siempre hubiésemos estado.

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