Hace unos meses pensaba en alto cuando dije que las diez de la noche es una hora para estar en el sofá de casa viendo tu serie favorita... o para tender esa lavadora que lleva toda la tarde esperando... o para prepararse un café con leche y sucar un par de galletas una vez has puesto a los niños a dormir... Pero, creo, nunca es la hora ideal para cambiarse de compañía telefónica.
Hoy quiero gritar qué pasa en las casas a las tres de la tarde un mes de julio.
Las tres de la tarde es la hora de la siesta, señores.
Si tienes suerte la haces en la piscina de tu pueblo, y si no, cualquier sofá es válido.
Las tres de la tarde es la hora en la que tus pies se arrastran hasta el último cajón del congelador para coger, con remordimientos, un cucurucho tres cholcolates de la Sirena que lleva llamándote todo el día...
Es la hora en la que consultas el email en algún sitio cómodo, a ser posible con el ventilador a todo trapo y los pies a la altura de los hombros, o quizá es la hora de poner esa lavadora que tenderás cuando puedas.
Las tres de la tarde no es una hora, queridos profesionales de la venta por teléfono, de hacerse una tarjeta con city bank.
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